Durante los últimos años venimos escuchando muy asiduamente el concepto de “bienestar” en multitud de libros, artículos e, incluso, políticas públicas. Sin embargo, sabemos que ya desde época griega, filósofos como Sócrates y Aristóteles instruían a sus alumnos de la escuela para que trabajaran en su bienestar como ciudadanos.
Muchos siglos y revoluciones más tarde, el compromiso con el bienestar social tomó forma cuando los gobiernos y empresas vieron la necesidad de protegerlo frente a las nuevas condiciones de trabajo que se estaban instaurando en la sociedad.
Según la Real Academia Española (RAE), el bienestar es el "estado de la persona en el que se le hace sensible el buen funcionamiento de su actividad somática y psíquica". Esto significa que abarca tanto la salud física como la mental, por tanto, el ciudadano debe cuidar su cuerpo con una buena nutrición, ejercicio y atención médica; y la mental, con el buen manejo de las emociones y las relaciones sociales.
Ahora bien, no todo es tan fácil, y, mucho menos, en sociedades donde la brecha económica, social y generacional está mucho más acentuada. Si no aseguramos un bienestar social y económico en la población más vulnerable, esto es, garantizando un acceso a la educación, sanidad, trabajo y vivienda, difícilmente alcanzarán un bienestar en su salud mental. De hecho, y seguramente, su ausencia podrá ser una de las causas del aumento de malestares emocionales y patologías en la sociedad actual.
Si entendemos el bienestar de la persona como un concepto integral, que busca el equilibrio y la satisfacción en todos los ámbitos personales y sociales, para lograr una vida plena y saludable, tendrán que ser muchos los actores implicados en garantizarlo. Los primeros somos nosotros mismos, por supuesto, manteniendo una vida activa en nuestra comunidad y apoyando al resto de personas de nuestro entorno.
Pero también deben facilitarlo tanto el Estado, que, como marca la Constitución Española (art. 9), es el encargado de garantizar y proteger los derechos del ciudadano; como las comunidades autónomas, que son las que gestionan los servicios sociales y programas municipales. Pero el bienestar ciudadano no es posible si el sector privado no se implica con políticas empresariales (horarios que faciliten la conciliación, teletrabajo, etc.) y prácticas de responsabilidad social corporativa (programas de salud, actividades sociales y voluntariado).
Hoy día vivimos en plena digitalización y transformación social, y la tecnología digital es una herramienta que se utiliza diariamente en todos los ámbitos y sectores de nuestra sociedad, a nivel profesional, educativo, social y familiar.
Su uso supone grandes beneficios y oportunidades, especialmente en el impacto de nuestra productividad, mejora de resultados, nuevas fuentes para la innovación, conectividad, información y creatividad, etc. Pero, sin duda alguna, el aumento exponencial que hemos ido haciendo de todas estas plataformas, programas y aplicaciones ha hecho que afecte de pleno en nuestra vida social y familiar, y, con ello, en nuestro equilibrio emocional y/o salud mental. ¿Cómo podemos y debemos controlar esto para evitar los potenciales riesgos y daños?
Sabemos que el acceso a contenidos inapropiados o para adultos, especialmente a edades tempranas, puede impactar en el desarrollo emocional de los menores. Además, el propio funcionamiento de las plataformas, por el diseño de sus algoritmos y el fomento de la dictadura de los ‘likes’, puede desarrollar problemas de estrés, ansiedad o, incluso, trastornos en la alimentación y el sueño.
Por todo ello, se hace imprescindible comenzar la conversación y el diálogo en casa con nuestros hijos e hijas para que conozcan cómo funcionan estas apps y plataformas y, de esta forma, puedan hacer el mejor uso de ellas, de forma crítica, responsable y saludable. Cuidar el bienestar emocional de nuestros niños, niñas y adolescentes comienza por fomentar una buena autoestima en el entorno físico, además de una alfabetización mediática que los prepare para convertirse en ciudadanos digitales.
El Bienestar Digital se refiere al estado de equilibrio saludable en la vida digital de una persona, donde se utilizan de manera consciente y positiva las tecnologías digitales para mejorar la calidad de vida, el bienestar emocional, las relaciones interpersonales y el desarrollo personal. Esta noción implica una gestión consciente del tiempo en línea, el establecimiento de límites saludables en el uso de dispositivos y redes sociales, y el cultivo de una relación positiva con la tecnología.
Pero ello, implica encontrar un equilibrio saludable entre el uso de la tecnología y otras actividades importantes de la vida, mientras se promueve una relación positiva y consciente con el mundo digital. Es decir, debemos educar en la adquisición de buenas habilidades sociales y de comunicación en el entorno físico, afrontar adecuadamente el estrés y la frustración, potenciar el desarrollo del autocontrol en el entorno digital y, sobre todo, promover una buena utilización del tiempo de ocio, especialmente del ocio sin pantallas.
Hace unos meses el banco ING Direct lanzaba su campaña Bienestar Digital, un proyecto que busca concienciar sobre los efectos de la digitalización y, lo más importante, promover soluciones concretas que podamos integrar en nuestra rutina. Y lo que empezó como una política de concienciación hacia sus propios empleados, optimizando recursos y basura digital, se ha convertido en un reto global para hacer de este, nuestro mundo, un lugar más sostenible y con un uso de la tecnología ético y consciente.
Pero también está en nuestra mano, y nunca mejor dicho, hacer pequeños cambios para lograr ese equilibrio necesario que contribuya a nuestra salud emocional. Y así es como nació a finales del 2023 el proyecto de los emprendedores Albert Beltrán Feliu y Carlos Fontclara Bargallo, la startup Balance Phone.
Su objetivo es bloquear de nuestro smartphone todas las aplicaciones y webs adictivas (redes sociales, juegos, servicios de streaming, apuestas y pornografía), pero dejando acceso al resto de apps necesarias en el día, como mensajería, banca, música, mapas, etc. Por supuesto, no es un proyecto pensado solo para personas adultas, sino que también tienen una versión para menores que les permite usar los teléfonos en un entorno seguro. Es una forma de promover el uso consciente de la tecnología, sin rechazarla.
¿Te unes al cambio?
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