«Quiero un móvil». Esta frase, terrible para muchas familias, llega a casa antes o después. Es cuando los padres se ponen nerviosos y les saltan todas las alarmas porque lo único que suena y resuena en sus cabezas son los riesgos que hay en la Red. «Son inevitables, como los físicos», recuerda Laura Cuesta Cano, responsable de Educación Digital para Familias y autora de 'Crecer con pantallas' (Editorial Amat).
-Laura, cuando salta una noticia que es un escándalo por el mal uso de las tecnología, de las redes sociales, como por ejemplo, el caso que hubo recientemente en Almendralejo, la gente se pregunta: ¿Cómo es posible que hayan hecho esto?
Son malas ideas de personas adolescentes, en este caso, utilizando la tecnología. Es decir, el problema no es la tecnología. Sí es verdad que, en estos momentos, los menores tienen a su alcance una serie de herramientas que les posibilitan hacer muchas cosas pero hace décadas, se les habría ocurrido, por ejemplo, meterse en los baños de las chicas y grabarlas con una cámara. Lo que pasa es que ahora la tecnología les posibilita llegar un poco más allá. Y lo que tenemos que hacer es enseñarles que este tipo de actos no son aceptables desde el punto de vista ético y que, además, tienen una serie de consecuencias legales.
Hablar con nuestros hijos es fundamental, lo cuento en el libro. La conversación y el diálogo en casa son clave porque es la única manera de crear ese clima de confianza con ellos. Hay que hablar de todo lo bueno que aporta la tecnología y, por supuesto, de los riesgos que se van a encontrar. Pero tenemos que hacerlo a edades muy tempranas, incluso mucho antes de darles los primeros dispositivos. Y hay que aprovechar todas estas noticias que van saliendo para comentarlas en casa, adecuando el lenguaje a la edad del menor. Por ejemplo, a raíz de lo de Almendralejo, a los más pequeños no le vas a hablar de IA, pero sí del respeto digital. Les podemos explicar que, como ante cualquier otra situación, tenemos que pedir al compañero permiso para hacerle una foto o si queremos luego compartirla con otro amigo.
Se trata de crear una base de valores que le acompañarán el resto de sus vidas. No es más que trasladar los valores que les enseñamos en el entorno físico al digital.
-Derribas en el libro muchos de los mitos que utilizan los adultos: «Esto me ha pillado muy mayor», «Nuestros hijos son nativos digitales y saben más de tecnología que nosotros»... ¿Cuál es el problema de educar?
Hay que dedicarle tiempo, ese es el problema. Sin embargo, cada vez se están dando los dispositivos mucho antes y sin ningún tipo de acompañamiento ni de formación. Entonces, tenemos que tener en cuenta y, toca aceptar, que los adultos somos los primeros que tenemos que formarnos y adquirir esas competencias digitales mínimas para poder enseñarles. Es decir, tener los conocimientos mínimos de ciberseguridad en el hogar para poder configurar con ellos las nociones básicas de privacidad desde sus dispositivos, para que puedan entender cómo funcionan los sistemas de control de verificación, cómo configurar el perfil de esa primera red social…
-Pero las familias se sienten perdidas y no saben a dónde recurrir. ¿Hay recursos? ¿Dónde?
¡Hay muchísimos! Guías gratuitas, webs, consejos por parte de instituciones o de asociaciones como INCIBE o Pantallas Amigas… Pero tenemos que tener tiempo para poder leer y sentarnos con nuestros hijos a educarles, acompañarles, orientarles y supervisar toda su actividad en el mundo digital.
-¿Por qué no es bueno prohibirles?
Porque no funciona. Sabemos, en todos los ámbitos, no solamente en el entorno digital, que todo lo que no hagan delante de nosotros lo van a hacer por detrás y esto conlleva un aumento de los riesgos. Es decir, si los hijos crecen sin ese acompañamiento del que hablamos, sin esa educación, formación e información, van a tener carencias. ¿Cómo van a afrontar así los riesgos que puedan encontrarse en la Red? Y lo peor es que cuando tengan un problema, porque los van tener porque no podemos meterles en una burbuja, al igual que pasa en el mundo físico, sus padres no van a estar ahí. Ellos van a recurrir primero a alguno de sus iguales antes que a nosotros. La familia tiene que pensar que siempre tiene que convertirse en el primer referente para que tengan confianza plena en contarnos las cosas, aunque a veces no nos guste.
-¿Existe una fórmula mágica para saber cuando dar el primer móvil?
No hay una edad concreta porque depende de cómo sea el menor: cada hijo tiene unas características y unas necesidades. Si ya de por sí nos cuesta que recojan la habitación o se ponga a hacer los deberes, a lo mejor es un poco complicado empezar ya con la responsabilidad también de la tecnología porque aún no tienen ese grado de autocontrol y de sensatez.
También, por supuesto, tenemos que pensar si nosotros, los padres, estamos preparados. Es decir, lo que hemos dicho antes: ¿tenemos tiempo para buscar información, formarnos y sentarnos con nuestros hijos cada vez que vayamos a configurar una nueva aplicación?
El objetivo es que, progresivamente, vayan adquiriendo esas competencias mediante la conversación y educación para lograr la una autonomía digital.
-Todo estos que estamos hablando Laura, y para que quede claro, no es idílico: ellos no van a estar siempre de acuerdo, vamos a discutir con ellos, se van a enfadar, etc.
Es un tira y afloja que tenemos que gestionar. Y, por supuesto, lo que siempre debemos de pensar es que nosotros somos sus padres y ellos son nuestros hijos. Por eso no podemos olvidar que siempre tenemos que establecer unas normas y unos límites claros que cada familia decidirá en función de sus valores. También el problema no es darles un móvil o una tableta, sino qué tipo de actividad hacen ante la pantalla y durante cuánto tiempo
-Claro, porque no es lo mismo que estén viendo vídeos sin parar en YouTube de creadores de contenido, que no les aporta nada, a que estén viendo un vídeo en inglés o unas clases de cualquier instrumento musical ¿no?
Eso es. Por eso yo huyo de todos estos conceptos 'es adicto a Fortnite', 'está enganchado a Instagram?… No es tanto fijarse en el tiempo de pantalla como en qué contenido invierte su tiempo. Los adultos tenemos que saber qué está haciendo con esa pantalla nuestro hijo para poder equilibrar. Y saber cómo es cada uno y cómo les puede afectar la tecnología para poder establecer esos límites. Quizás tu hijo mayor es calmado, no tiene ningún problema a nivel emocional y puede estar jugando dos horas a un videojuego que no le afecta en nada a su comportamiento. Incluso cuando le decimos que tiene que parar, lo acepta perfectamente. Pero quizás tu otro hijo es mucho más nervioso e impulsivo y jugar tan solo una hora, le afecta muchísimo.
-Pornografía. Las familias tienen auténtico pánico. ¿Hay algo que se pueda hacer al respecto?
Hablar mucho en casa porque los estudios nos están diciendo que de media acceden entre los 9 y los 11 años. Pero incluso se dan casos de acceso a los 8. Muchas de las veces se hace de forma accidental porque navegan sin ningún tipo de restricción y se encuentran con este tipo de contenidos.
Aunque sea una conversación que cueste, hay que hacerlo. Como te decía al principio, hay que hablar sobre la tecnología desde edades muy tempranas. Indiscutiblemente, no vamos a hablar de pornografía, pero sí que empezaremos introduciendo el de educación sexual, siempre adecuado a la edad del menor, y para que poco a poco, según vaya creciendo, sepa qué es lo que se puede encontrar en la Red. No todo es pornografía también pueden ver contenidos relacionados con la bulimia, la anorexia, el consumo de sustancias…
-¿Qué pasa con los adolescentes? Muchas familias sienten que ya no les pueden controlar.
Los padres tienen que entender que no es lo mismo gestionar y negociar con un preadolescente de 11 o 12 años que con uno ya de 14 o 15. Es una edad en la que están menos receptivos a las conversaciones por eso a veces sí que conviene adelantar un poquito más esas primeras etapas en las que les damos la tecnología para poder sentar esas bases de normas y límites.
La pandemia, en este sentido, marcó un antes y un después. Indiscutiblemente, tuvimos que abrir las puertas a la tecnología: teletrabajábamos, estudiaban con un dispositivo, su ocio se reducía también a la tecnología… Utilizaron de forma exponencial las redes sociales, los videojuegos y, para muchas familias que no tenían ningún problema hasta entonces, volver luego a la nueva normalidad ha sido un verdadero horror.
Entonces, cuando hay familias que ya sienten que se les ha ido de las manos, que empiezan a notar esas señales de alarma, de las que hablo en el libro, de que realmente la tecnología les está empezando a afectar tanto a nivel educativo, en el sueño, en la alimentación, en su desarrollo emocional... puede haber un problema. Es momento de empezar a consultar con especialistas. Iremos primero a nuestro médico de cabecera, que luego nos derivará con especialistas en la materia para que nos puedan ayudar y hacer una orientación familiar en la prevención del uso de la tecnología.
-Has contado con la ayuda de numerosos profesionales en tu libro y recoges al final, sus opiniones, experiencia y sabiduría, ¿verdad?
Yo creo que eso es lo que más enriquece. Son expertos y especialistas en cada una de las materias, ya sea en derecho de familia, en prevención de adicciones, en juegos de azar, en comunicación y educación… Al final es un aporte más para todas esas familias que puedan encontrarse en otra serie de situaciones, aparte de las que tratamos en el libro, para que amplíen todo este horizonte que tenemos delante y que es inevitable.
Si quieres ver la entrevista en la web de ABC, haz clic aquí: https://www.abc.es/familia/padres-hijos/adultos-adquirir-competencias-digitales-minimas-poder-ensenar-20231108142035-nt.html?fbclid=IwAR2NMiPoo45tm8qlIsuswMZG_FTmRS0mHvuMt2d828QJG-TqTMYeXWS3r7I